Por Eva Diz
Lunes. Ocho en punto de la mañana. Palma. Medidados de junio. El sol entra de lleno por las ventanas, rebota en las paredes y todo se llena de luz. Tenéis los ojos aún entreabiertos, os estiráis, os miráis al espejo del baño, suena el agua limpia y fría, os refrescáis la cara y os recorre un delicioso escalofrío que dice buenosdías e invita a despertar del todo. Os enfundáis unos pantalones cortos y una camiseta cualquiera. En los pies, zapatillas de deporte. Abrís la puerta de casa, salís a la calle y os saluda el mundo entero ya hormigueando por las calles. Corréis esquivando carritos de bebés, repartidores del Mercadona y bicicletas. Corriendo y corriendo llegáis al mar y os saluda la brisa inundándoos la camiseta y aliviando el gesto del cansancio (porque los últimos meses de vagancia pesan y mucho). Pero lo importante es que estáis ahí, delante del mar inmenso, azul como nunca. Y la brisa viene y va y bajáis el ritmo y disfrutáis del sonido de las olas. Entonces, os paráis del todo, como hipnotizados, mirando como se deslizan y peinan la arena…
Y pensáis en lo bien que ha empezado el día, aunque sea lunes. Y os sentís capaces de comeros el mundo, aunque sea amargo. Y os dáis cuenta de que ser un poquito felices no es tan difícil, aunque la vida, a veces, apriete demasiado.
Al sol, bievenidos sean incluso los lunes 🙂
(felizsemana!)