Por Eva Diz
No es lo habitual pero, a veces, las segundas partes sí son buenas. Incluso mejores que la primera. Doy fe. Aunque en mi caso no es de extrañar, porque mi primera visita al SOIB dejó el listón muy bajo. En resumen, que después de diez días dada de alta en el paro, por fin mi solicitud de prestación está en marcha. Cuándo cobraré… aún no lo sé. Cosas del Estado, ya saben.
El periplo ha sido largo -¡¿diez días?!, os preguntaréis- e incluso pensé que iba a ser peor. Después de la primera incursión en el SOIB, volví al día siguiente con un madrugón en las legañas que no veía al caminar: a las 8 como un clavo estaba yo delante de la puerta… junto a otras 20 personas que hacían cola! A las 9 en punto abrieron el vestíbulo y todos entramos, ordenados, calladísimos, medio dormidos. Esta vez sí, conseguí una silla. Desplegué mi libro y en menos de una horita estaba ante un mostrador.
Al otro lado un chico y, detrás de él, colgado en la pared, un póster del Celta de Vigo (una señal, sí). No me contuve y, tras entregar el DNI, pregunté:
– ¿no serás de Vigo…?
– Sí, ¿por? Ah, que eres gallega tú también (risas)
La morriña es de las cosas más bonitas que uno puede sentir, aunque duela siempre un poco. Así que los dos nos pusimos a hablar de «casa», de por qué nos fuimos y de cómo acabamos como acabamos (lo siento por todos a los que les tocó esperar un poquito más de lo normal). Pero no todo fue tan bonito como parece: de pronto, me pide un papel que -oh, mierda- no tengo. Busco, rebusco, miro ocho veces los mismos documentos que hay en el sobre que me dio la empresa al irme y… nada.
Resulta que ese «es el único papel», junto con el DNI y tu número de cuenta banacaria, que necesitan en el paro para tramitarte la solicitud de prestación y mi exempresa ¡no me lo había dado! Los dos soltamos un manda carallo y quedamos en que, en cuanto me dieran el dichoso papel volviera de nuevo, sin pedir número, directamente a su mostrador. -¿Seguro? – Seguro.
Pues bien, mi empresa tardó una semana en mandarme el papelito que acredita que efectivamente coticé lo que coticé y trabajé donde trabajé. Y ayer volví al SOIB. Con mucho descaro (con todo el que jamás tuve en mi vida).
Entré por la puerta a las 13.10 hs (cierran a las 14.00 hs en puntísimo), como no, todo llenito de gente. Paso el vestíbulo sin pasar por el mostrador que te da el número, la gente me mira raro y yo, para disimular, me hago la funcionaria (rictus seco, seco, con cierto punto de desagradable). Llego a la sala de las sillas y cuando, sin pausa, me dirijo hacia la zona de mostradores (están separados por unas paredes de cristal) todos me miran y muchos se revuelven incómodos. Se cierne sobre mí la protesta colectiva -sí, como cuando alguien se cuela en la cola del supermercado- y acelero el paso, haciéndome la apurada, del tipo tengounproblemón. Llego al mostrador y…
Abordo al chico, al que pillo descolocadísimo y tengo que recordarle que soy yo la gallega que…
– Ah, sí, claro, claro. Cómo han tardado en darte el papel, ¿no?
– Sí, una semana y doy gracias, no me puedo quejar, llegué a pensar que no me lo darían.
Hecho. Me senté ya con todas las de la ley y en dos minutos terminé de cerrar mi solicitud. Oooole.
No negaré que pasé vergüenza y me sentí un poco (bastante) mal por aprovecharme de las circunstancias y pasar sin número por delante de toda esa gente que, como yo, espera por su pan de cada día pero… por una vez, tuve que hacerlo. Una no tiene la suerte de encontrarse un funcionario tan dispuesto todos los días. Porque haberlos hailos, pero no abundan.
Por si lo necesitan, es el chico de la mesa 9.