Por Eva Diz
El trabajo de SEO (Search Engine Optimization) ha cambiado tanto en mis últimos meses de ausencia que me ha costado toda la semana pensar por dónde empezar y retomar el tema. Después de darle vueltas y repasar esos apuntes que siempre estoy dejando en trozos de papel por encima del escritorio, he creído que, quizás, lo mejor sea empezar por poner un poco de contexto a todo el lío y luego meternos en harina sobre cómo afrontar y mejorar nuestra forma de movernos por Internet.
Érase una vez el SEO
Hace no mucho tiempo -aunque a veces lo parezca-, cuando nació la World Wide Web, las autopistas de la información estaban casi vacías. Uno iba a una página porque conocía su dirección y la escribía tal cual en la barra de navegación, sin prisas, sin más atascos que los de la propia velocidad de su conexión y con la certeza de que eso que había ahí era prácticamente lo mejor que podía encontrar.
Por suerte, pronto, los sitios fueron proliferando (y mejorando): algunas instituciones y empresas de cierta importancia contaban ya con web corporativa, surgen los portales (Terra, Yahoo, Lycos…), se pueden leer las noticias online -el sector de la comunicación vivió entonces su primer terremoto-, el correo electrónico se convierte en una forma de captar nuevos usuarios… Y, para poner orden y concierto a todo lo que se iba creando en la red, aparecieron los buscadores, algunos de los cuales han desaparecido y de los que apenas nos queda de ellos un leve recuerdo (Altavista (1995), por ejemplo, que fue comprado por Yahoo y ha ido sobreviviendo a su sombra hasta hace poco).
Los buscadores surgieron con el objetivo de ordenar y crear un índice en el que figuraran todas las páginas existentes en la red. Herederos de los primitivos directorios (Dmoz), se desarrollaron de una forma casi sorprendente porque supieron responder a una necesidad básica y tan fundamental como es la de permitirte encontrar lo que estás buscando entre infinidad de respuestas, de forma fácil y gratuita.
Su funcionamiento es sencillo: uno introduce una búsqueda en el cajetín y da a enter, espera a ver qué resultados muestra y, si encuentra algo interesante entre los 3-4 primeros resultados, lo abre. Si no, vuelve al cajetín y repite la búsqueda. Este comportamiento puso de relieve el que es uno de los pilares básicos del SEO (sino el más básico de todos): si una web no aparece entre los primeros resultados que ofrece el buscador, nadie la verá y, por lo tanto, es como si no existiera.
Y ahí nace el SEO, el que ahora se suele llamar SEO tradicional, que no es otra cosa que mejorar tu página web de acuerdo con las guías que marcan Google y compañía para poder estar entre los primeros resultados que el buscador quiera mostrar para determinadas búsquedas (evidentemente, si vendes teléfonos móviles, no querrás salir el primero cada vez que alguien busque «lavadoras» en el buscador…).
La relevancia es, por tanto, otro de los pilares sobre los que se sostiene el SEO y está muy vinculado a cómo buscan los usuarios, algo que, al igual que el SEO e Internet en general, ha evolucionado muchísimo en los últimos años. Tu web tiene que tener un contenido relevante para los usuarios que buscan eso a lo que tú te dedicas y tiene que dar la respuesta más aproximada posible a la búsqueda que realizan esos usuarios. ¿Cómo lo hago? Esa fue la pregunta que resolvieron los primeros SEO. Analizaron el comportamiento del robot del buscador y su algoritmo: se mueve de enlaces a enlaces, solo lee texto no imágenes y archiva las páginas de un sitio web en su índice de acuerdo con la idea principal o tema que transmite tu web.
Así -más o menos- fue como empezó la maravillosa relación del SEO con las palabras clave, la optimización de textos para búsquedas y las meta etiquetas. Conceptos que ahora están prácticamente en boca de todos, incluso de los que saben poco o nada de este trabajo, y que, por suerte -o por desgracia para algunos-, han dejado de ser uno de esos pilares básicos que sostienen al SEO.
Es cierto que cuando aún hoy trabajas para posicionar una web debes tener en cuenta cómo buscarán los usuarios la información o productos que ofreces en tu sitio para poder introducir en tus textos y en ciertos elementos principales de la página aquellas palabras que resumen mejor ese contenido y que, al mismo tiempo, dan respuesta a la pregunta que esperas que formule tu potencial visitante. Pero eso ya no es el único trabajo que debe hacer un SEO.
Más que palabras
Desde que apareció Google en escena los cambios han ido sucediéndose casi a la misma velocidad a la que ha cambiado nuestra relación cotidiana con la tecnología. El gigante de las búsquedas introdujo uno de los factores fundamentales que dieron la vuelta a la forma en que los buscadores hacían funcionar su índice: la relevancia, el Page Rank, nombre que recibe en honor a uno de los creadores del buscador –Larry Page– quien decidió que Google tendría en cuenta el número de enlaces que recibe una página desde otras páginas ajenas a ella para mostrarla o no entre los primeros resultados. Si mucha gente te enlaza es un síntoma de que tu contenido es bueno, cada enlace es un voto de confianza, un punto positivo a tu favor.
Y así fue como al apasionante mundo de las keywords se sumó el del link building. Y todos los SEO empezaron a trabajar para lograr enlaces desde otros sitios que le dieran cierta «popularidad». En eso, además de mantener optimizado su contenido para determinadas búsquedas, de garantizar que la velocidad de carga del sitio fuera suficientemente buena y de asegurarse que todo su sitio fuera rastreable por el robot del buscador.
Las cosas han cambiado mucho (muchísimo) desde entonces. Por eso, aquel que pretenda vender SEO basándose únicamente en estas premisas solo está a medio camino de llegar a hacer, de verdad, un buen SEO. Huid de los que solo hablen de keywords y enlaces. Como a todos, les guste o no, les tocará evolucionar. En la próxima entrada trataré de explicar cómo 🙂