Por Eva Diz
Me estrené. Ayer tuve mi primera webinar y sobreviví con nota. Al fin y al cabo no deja de ser un superchat con voz y varias personas hablando a la vez. Sí, ese era todo el misterio. Ahora, he de reconocer que me dejó alucinada ver cómo avanza la tecnología y lo fácil que puede ser montar una clase de 20 personas con cada una de ellas viviendo en una punta del país.
Reconozco que estaba nerviosa (el miedo a lo desconocido y al ridículo no se puede subestimar…) y media hora antes de la cita acordada ya estaba yo con mis cascomicro instalados en la cabeza, haciendo clic aquí, clic allá. Todo fue más sencillo de lo esperado: pones un clave, tu nombre y hala, estás dentro.
Pero en cuanto entré en el chat, no pude: me dio un ataque de risa que no me dejaba ni hablar. Yo me veía ahí diciendo: hola?, hoola? y a las otras tres madrugadoras de la clase contestando hola?, hoola? sin que ninguna acabara de escuchar a las demás. Todo esto aderezado con los cascomicro y el ratón y los ruidos de fondo (sí, con los cascomicro se oyen TODOS los ruidos de fondo) y no podía dejar de reir. Total, que el personal se contagió y estábamos ya las cuatro con la risa desmelenada cuando… hola? hoola? …soy el profesor.
Sí, era él, que también venía con la sonrisa de medio lado (no se la vi, pero era como si la oyera). Nos mandó esperar (quedaban diez minutos para la hora fijada) y durante la espera se fue incorporando un montón de gente y un montón equivalente de ruido de fondo: teclas, carraspeos, cables, sillas arrastradas y, bueno, yo juraría que hasta el agua de una cisterna… pero eso nunca podremos saberlo con certeza.
No hubo demasiadas anécdotas, salvo la de uno de mis compañeros que, en donde debía poner su nombre, puso la clave del curso y el profesor (con la sonrisa ya de lado entero) no sabía ni cómo llamarlo.
Empezamos con los micros todos abiertos porque, según el profesor, éramos pocos -y civilizados- y eso nos permitiría hacer que la clase fuera más dinámica. No hubo manera, los ruidos de fondo se hicieron fuertes (respiraciones, teclados, folios, puertas… incluso pajarillos) y los micrófonos tuvieron que ir abriéndose por orden de intervención. Menos dinámico pero más tranquilo, la verdad.
Por lo demás, todo transcurrió sin incidencias: veíamos en nuestro ordenador la pantalla del ordenador del profesor; analizamos un montón de cosas que hay que tener en cuenta para hacer un plan de marketing (el asunto tiene su miga) y la hora y media de clase se me pasó volando. Os recomiendo una al menos en la vida (aunque solo sea por las risas del principio).
El viernes tendré otra, pero ya nada será lo mismo, nunca volverá a ser la primera.