Por Eva Diz
Con los últimos coletazos de julio coronando el almanaque, el calor apretando las corbatas (aunque el señor Bono no sude) y las calles demasiado vacías, toca balance. Cerramos la carpeta de la primera mitad del año y nos apuramos a dar portazo a la oficina hasta que se termine el bálsamo de agosto. Yo también cierro la mía: tres meses en paro y con beneficios (hablo de todo menos del bolsillo, claro)
Tres meses no son nada y se pasan volando. Tres meses ya: da hasta vértigo. Miro atrás y todo aquello que era mi vida antes (ruedas de prensa, estrés, teletipos a cien por hora, notas, comunicados, teléfonos, carreras a pleno sol y horas extra) lo recuerdo como si hubieran pasado mil años. Tres meses puede ser demasiado tiempo.
Supongo que es la forma de medir del que tiene todas las horas del día para sí mismo. Todo empieza cuando terminas el trabajo. Ese día que parece ser el final de toda una vida. Y lo es.
Comienza otra y todas las decisiones están en la palma de tu mano. Sólo hay que mirarlas y sopesarlas bien. Da miedo. Cuesta pensar en el futuro. Toca desolarse. Llorar (sí, hay que llorar y soltar lastre de cuando en cuando). Y, entonces, rehacerse y escoger un camino, y saber que, si es el equivocado, siempre podrás volver atrás (Lección 1)
Cuando supe que finalmente la plaza de EFE no podría ser mía, decidí escribir un blog (este blog) y el primer post lo titulé «Por pura suerte». Hoy, tres meses y varios días después sé que es el mejor título que he elegido nunca: sí, estoy en paro, como tantísimos otros, pero no me puedo quejar, he tenido suerte.
Sigo siendo periodista, aunque no ejerza; sigo creyendo en la profesión, aunque ahora esté tan perdida; sigo pensando que hay que salvarla, hacerla avanzar, reivindicarla. Nadie lo hará por nosotros.
He tenido suerte porque he vuelto a aprender, he recuperado un tiempo que pensaba perdido y he conseguido sentirme como hacía años que no me sentía: orgullosa de mí misma, de mi trabajo, de mi capacidad y de mi experiencia. Todo eso que, demasiado a menudo, los jefes olvidan.
No negaré que hay días malos (muy malos). Días en los que vuelve el vértigo, te sientes sola, sin fuerzas. Días en los que quieres correr hacia atrás, volver al nido y conformarte con seguir escribiendo sobre los atascos de la operación salida del verano toda la vida. Pero esos días son los menos.
Así que, mañana iré a sellar mi paro por primera vez y celebraré mis tres meses con una sonrisa. Porque, a pesar de todo -y venga lo que tenga que venir-, ha merecido la pena.
Feliz final de julio 😉