Por Eva Diz
El hambre agudiza el ingenio. Verdad, verdadera; lo he comprobado. Últimamente tengo el cuerpo a dieta de sueño y mi cabeza no para de generar ideas, de pensar proyectos, de buscar puertas por las que salir y decirle al mundo que aquí estoy yo, que se prepare.
Pero la dieta tiene también sus desventajas y los cambios de humor se hacen cada día más patentes: lo mismo ahora me como el universo que siento que no tengo fuerzas ni para hablar. Y callo. Y miro hacia abajo y hundo la cabeza y pienso que es el fin, que qué hago yo ahora si no sé nada. Es el pozo, es largo y profundo, oscuro, duro, sucio y doloroso. No os lo recomiendo.
Pero eso pasa poco (por suerte) y, a pesar de la dieta, todavía tengo energía en la reserva que me permite quemar adrenalina y ver que, aunque no sé hacia dónde voy, al menos me muevo.
Ayer tuve una entrevista muy interesante. Sin entrar en la oferta y en si será o no parte de mi futuro inmediato, al otro lado encontré a una persona valiente, con las cosas claras y los pies en la tierra. Alguien que tuvo el coraje de montar su propia empresa y, durante los tres años que lleva en ello, trabajar solo, tirando él de lo suyo y haciéndolo -por lo que pude comprobar- muy bien. Ahora genera empleo y busca que sus empleados sean felices con lo que hacen. Su principal objetivo no es hacerse rico, es vivir a gusto consigo mismo. Desde aquí, mi enhorabuena.
Yo, desde este limbo en el que estoy desde hace justo hoy dos semanas, lo miro con envidia (sana, sanísima) y me entran unas ganas terribles de tirarme a la piscina… Pero la razón me dice que espere: el agua, ahora en abril, aún está muy fría y a mí aún me queda mucho para presumir de saber nadar.
Es viernes, tomémonoslo con calma. Salud y buen fin de semana a todos.