Reflexiones sobre el futuro:
Paro. Me muevo. Pienso. Avanzo.
Por Eva Diz
A veces queremos empezar la casa por el tejado y abrimos mil puertas sin tener muy claro por cual pasar, moviéndonos como pollo sin cabeza, de un lado a otro, tranquilos por el simple hecho de movernos. Porque el movimiento nos da coraje y nos permite seguir adelante, aunque no sepamos muy bien a dónde. Error. Y lo digo por experiencia: después de un período de hiperactividad caótica, hay que pararse y respirar. Y pensar. Luego, si eso, volver a retomar el movimiento, pero ya con una dirección o, al menos, la intención clara de buscarla.
Muchos estamos o hemos estado en esa situación que suele producirse ante un cambio brusco de una de nuestras estructuras fundamentales. El shock paraliza o te revoluciona. Yo creí que iba a ser del primer caso, pero resulté ser del segundo. Y, en estos tiempos de crisis y despidos, he descubierto a muchos compañeros en ambos estadios. No hay opción buena o mala. Es tu opción. Eso sí, sea cual sea la tuya debe ser transitoria o acabarás siempre en el mismo sitio. Tanto si permaneces parado como si te mueves sin cesar y sin rumbo.
Quedarte sin trabajo puede ser la oportunidad de hacer eso que siempre has querido hacer. Y no me refiero solo a viajar, sino también a escribir, a formarte, a aprender cosas nuevas, a perder algunos miedos y a romper con todo aquello que ya no iba bien. Puede sonar casi místico y trascendental, pero creo que no hay mejor modo de reinventarse que aprendiendo y descubriendo que puedes superar muchos más retos de los que creías.
Todas las personas que conozco que han emprendido este camino son la viva imagen del optimismo, no porque de pronto la vida les sonría sin cesar, les hayan ofrecido un puesto de trabajo espectacular o porque hayan descubierto la forma de vivir sin trabajar. Simplemente porque se han quitado esa incertidumbre insana de encima, porque han aprendido que aunque el mundo es injusto, ellos pueden controlar qué hacen, decidir qué quieren y elegir su camino. Empezar de cero. Con mejores o peores resultados pero, al fin y al cabo, tú eliges. Nadie te lo impone, nadie te obliga, nadie te vigila ni te amenaza. Tú eres todo lo que vales. Y vales mucho.
Claro que puedes equivocarte y volver a empezar. Otra vez. Y otra vez más. Siempre. Avanzando.
A Marian, Irene, Mariona y ese largo etcétera. Feliz comienzo.