Por Eva Diz
Hoy he ido a la oficina del SOIB (el Inem pero con piel balear)… Estoy entre espeluznada y deprimida y un tanto angustiada. Todo eso en apenas una hora que me ha tocado esperar (hoy estuve de suerte, me han dicho).
Llegué a la oficina en cuestión con la sonrisa del que tiene pocas obligaciones y mucho tiempo. Recién salida de la ducha, arreglada pero informal y con un libro para las esperas (esto estaba más que previsto). Reconocer cuál es el edificio no tiene ningún mérito: fuera hay decenas de personas sentadas en los bordillos de la calle, hablando en corrillos o simplemente apoyados contra la pared, mirando al infinito.
Siguiendo los grupos de gente, cada vez más numerosos al acercarte a la puerta, descubro un mostrador blanco-sucio, dividido en dos. A un lado, un joven con cara de lunes, y al otro -separados por un folio pegado al cristal del mostrador con la leyenda «renovación de sellado» y una flecha hacia el joven- un guardia de seguridad y un hombre de unos 50 y pico con el gesto constreñido en una mueca de amargura (más triste que el de cualquier parado, creedme).
Entonces, trato de deshacer el laberinto de colas que se entrecruzan en ese escasísimo recibidor poco preparado para tiempos de crisis y me coloco en la que parece terminar en el lado del mostrador del amargado. Espero, dejo pasar a tres carritos de bebé (dos de gemelos, afú) que tratan de abrirse paso entre el pueblo congregado y, por fin, me toca. Por haber hecho la cola recibo un número como el de la carnicería (va por el 110 y tengo el 155) para la zona de información, donde de siete mesas funcionan tres (a ratos cuatro).
Me busco un rincón en donde puedo (no haber madrugado tiene sus inconvenientes: las sillas que hay en la sala contigua ni se ven) y acabo sentada en un escalón, con mi libro abierto sobre las rodillas y un ojo puesto en el panel de los números. Paciencia.
A eso de las 12 de la mañana la cosa parece estar más tranquila, mi número se acerca. El 146, el 147, el 148… Por fin, 155! Me levanto (dolorida ya) y camino hacia la mesa que me ha tocado. Bueno, un chico joven (va a ser cierto que hoy estoy de suerte ;-P).
Pero la juventud en estos sitios… no garantiza nada. El virus de la burocracia no hace distinción y el tipo me mira como si yo fuera un mueble. – DNI por favor. Así, seco, seco. Y yo, que estoy en estos lares por primera vez, trato de sacar conversación mientras él, repatingado en su silla de oficinista bien pagado, teclea mi NIF y suspira.
-Sí, sí, veo que se ha quedado sin trabajo, no?
-Sí, y no sé muy bien qué tengo que hacer ahora.
-Bueno, ¿qué es usted?
-Periodista.
-Ah, sí, periodista (mirada de reojo). Sí, sí, lo veo aquí que de eso ha estado trabajando.
-Sí, efectivamente, hasta el pasado día 20.
-Bien, y usted ¿busca trabajo?
-Bueno, sí, claro, aunque la cosa no parece fácil (blablabla -sí, hablo mucho-)
(Me pide una serie de datos: dirección, teléfono…)
-Vale, pues ya está. Guarde este papel y venga a sellarlo en cada una de las fechas que ahí se le indica.
-Gracias, pero… ¿nada más? ¿Con esto ya se tramita mi solicitud?
-Bueno, con esto queda dada de alta. Pero, ¿quiere usted pedir la prestación por desempleo?
-(ojiplática) Pues claro, estoy en paro.
-Ah, pues entonces tiene que ir al mostrador de nuevo y pedir vez. Seguro que ya tendrá que volver mañana porque hoy (12.20 horas) el cupo está cubierto.
Alucinada aún por la pregunta, recojo mi bolso y mi libro y enfilo hacia el mostrador. Hago cola de nuevo. Me filtro entre los carritos de bebés y efectivamente el amargado me dice que vuelva mañana y pronto. Yo le pregunto (que para eso está y es gratis) que a qué hora empieza a venir la gente y me suelta «Uy, a las siete ya hay cola fuera» con una sonrisa de medio lado que despertó todos mis instintos asesinos.
Me hubiera ido dando un portazo si fuera posible cerrar la puerta con toda la gente que todavía quedaba allí dentro. Mañana no iré porque no puedo, pero el jueves me tendrán a primera hora como un clavo y dispuesta a hacerles perder la paciencia si hace falta. Yo tengo todo el tiempo del mundo y lo mío es mío, me lo he ganado.